domingo, 20 de junio de 2010

ISABEL DE FARNESIO LA PARMESANA2

Alberoni describió a Isabel perfectamente. Jugaba con ventaja: había cultivado a la perfección la amistad con la de Ursinos, ganando credibilidad. Pero Alberoni mintió en esta descripción, a conciencia. Isabel no era la criatura mediocre que había descrito a la princesa.

Para empezar, no era fea. De estatura elevada según el estandar de la época, enía una figura armónica de buenas proporciones. Si con el tiempo ganaba en curvas no le quitaba belleza, dado que en general, eso era fertilidad sana y segura. Sus cabellos rubio rojizos eran heredados de su madre alemana. Su rostro ovalado de rasgos graciosos, mostraban marcas de la viruela. Esas picaduras eran el único punto en contra para la chica. Si se pasaba por alto las marcas que intentaba disimular con cremas y maquillajes, además de lunares artificiales, no era calificada como hermosa, pero tampoco como feucha.

Pero donde realmente dio el cardenal una visión totalmente distorsionada de la dama era en lo que al carácter atañía. Isabel tenía una personalidad claramente definida, marcado temperamento reforzado por la educación de su madre, Dorotea Sofía

La Landgravina Isabel Amalia de Hesse-Darmstadt había resultado una esposa prolífica para su marido Phillip Wilhem, príncipe electo del Palatinado. En total, Isabel Amalia había puesto en el mundo un total de 17 hijos, entre los cuales, 8 fueron mujeres. De esas 8, 2 murieron en la primera infancia, y otra con 14; pero el resto se convirtieron en bellas princesas con las que sus padres negociarían en sus matrimonios.

Las cinco hermanas tenían un aire de familia. Todas llamaban la atención por su figura y sus cabellos rojizos. La mayor, Eleonor Magdalena, abrió el capítulo de grandes bodas al unirse al Emperador del Sacro Imperio Leopoldo II. La segunda hermana Sofía, se casó en segundas con el viudo Pedro II de Portugal. Luego, les tocó al mismo tiempo el turno a las dos hermanas que más unidas estaban: Maria Anna fue enviada a España para casarse con Carlos II, destinado a ser el último Habsburgo, en tanto que Dorothea Sofía marchaba a Parma para casarse con Odoardo Farnese, heredero del ducado italiano. La última de las princesas, Hedwig Isabel, se casó con el príncipe de Polonia.

Menos María Sofía Elisabet de Portugal, que era de naturaleza melancólica y autodestructiva, las otras tenían agallas. Eleonor se encontró en la corte de inmediato, comparada con las dos últimas esposas del emperador: la infanta Margarita Teresa de España y Claudia Felicitas del Tirol. Pero Eleonor se las apañó para ganase el respeto general. Lo que tuvo que soportar Maria Ana en España, junto a su esposo "El Hechizado", y hostigada por su suegra Mariana de Austria, no era para contarlo en palabras, pero ella supo resistir.

En cuanto a Dorothea, se dejó abatir por las circunstancias. Su matrimonio con Odoardo no era una balsa de aceite, pero le dio un hijo Alessandro Ignazio, y una hija Elisabetta. Lo peor vino en 1793. El príncipe Alessandro falleció con sólo 20 meses, y al mes siguiente, su padre Odoardo, sin haber llegado a heredar el ducado. Dorothea se encontró viuda sola con una niña a la que mantene ry educar.
Mientras, su suegro, débil de salud, empeoraba, con lo que su sucesor sería su otro hijo Francesco, hermanastro de Odoardo. Dado que Francesco no podía mandar de vuelta a Neobourg a Dorothea por falta de dinero en las arcas reales para darle la dote de su matrimonio, resolvió casarse con ella. La propia Dorothea, a quiene los cortesanos motejaban como autoritaria y seria, aceptó.

La infancia y juventud de Isabel estuvieron entonces muy influenciadas por su madre. Dorothea le transmitió su orgullo, su soberbia de raza en lo que al linaje atañía, una férrea voluntad al servicio de la ambición.
Isabel estaba preparada para llevar el rumbo de su vida con estilo. Sabía que Felipe V había estado perdídamente enamorado de su esposa difunta María Luisa, pero que había un trasfondo en el refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. María Luisa había muerto de una tuberculosis y ahora se podría en su ataud, no estaba y ella sí para satisfacer a su esposo en lo físico.

Lo único que había quedado de María Luisa Gabriela de Saboya en la vida de ambos eran sus dos hijos. Luís y Fernando siempres e encontrarían por delante en la línea sucesoria que los retoños que ella pudiera concebir, un obstáculo a largo plazo, pero ella no se dejaba abatir.

Isabel llegó a España con la confianza que le daba el tener conciencia de sus grandes dotes: los ducados de Parma y Toscana, herencia de sus ancestros Farnese y Medici. Estaba segura que tardaría poco en hacer que su marido bailase al mismo son que ella, lo que le hacía sentirse fuerte ante cualquier circunstancia adversa. En resumen, una chica con las ideas claras y muy segura de sí misma.

Las primeras en acusar recibo serían las propias Maria Ana de la Tremoille, princesa de Ursinos. Estaba tan segura que no se molestó en fingir un poco de modestia en su primer encuentro con la Ursinos. Mientras era recibida en la flamante puerta del castillo, y todos le daban sus reverencias, Maria Anna se destacó saliendo hacia adelante en el recibidor, al pie de la escalinata. Además, se ahorró la reverencia, dando explicaciones de sus dolores de lumbago, algo que a la chica en principio no molestó.

Pero pronto apareció Alberoni para decirle quién era quién en la corte española. Los franceses eran la facción más destacada, aglutinados en torno a la Ursinos. Todos actuaban como agentes de Versalles, manteniendo la política española subordinada a los intereses de la cancillería francesa. Isabel se enteró de quién y cómo manejaba los hilos en la corte española por Alberoni. Esperó a hacer su táctica.

Maria Ana no tardó en caer en el error de acusar públicamente a Isabel, algo que se hizo diario con María Luisa Gabriela: en su calidad de camarera mayor, siempre se daba el gusto de corregir a la soberana cuando lo creía necesario, bien por exceso de color ne las mejillas o muchas ojeras. Si María Luisa se lo tomó con tranquilidad, ésta no hizo lo esperado: cuando la Ursino le dijo que debía evitar la glotonería pues perdería la cintura, Isabel le contestó que quién era esa mujer para atreverse a insultar a la reina de España, mirando a Alberoni. Ordenó que la sacasen de palacio en una silla y que la llevasen a la frontera francesa. Atónitos, Maria Anne se quedó muda cumpliendo con los guardias lo mandado, mientras que Alberoni se alegraba de la sabia decisión de la reina. Toda una verguenza para la Ursino,

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